Como bien sabemos la arquitecta necesita un proyecto, el cocinero una receta, las gerencias unas líneas estratégicas y las productoras cinematográficas, un guión… Toda actividad que pretenda culminarse con éxito necesita planificarse. Toda tarea o conjunto de tareas necesita un plan, un proyecto, para evitar la improvisación, para anticiparse a los imprevistos, para afrontar el día a día con el menor nivel de estrés posible.
Más tarde, la experiencia y la confrontación con la realidad nos permitirán innovar y dejar espacios y tiempos para el toque personal, pero la garantía de los resultados la ponen básicamente el tener en cuenta con tiempo las grandes cuestiones: qué, cómo y cuándo.
Las y los docentes necesitamos, como cualquier otro profesional, planificar nuestra actividad. Esta planificación resulta imprescindible, por un lado, para cumplir con lo estipulado por instancias superiores y contextualizarlo en nuestro entorno, y, por otro, para alejarse de la improvisación. Es lo que denominamos planificación didáctica, que incluiría de mayor a menor concreción, la programación didáctica, realizada por los equipos de ciclo (departamentos), la programación de aula realizada por el profesor para su tarea cotidiana compuesta por las diferentes Unidades Didácticas y sus respectivas Sesiones, cada una con sus diferentes Juegos propuestos dependiendo de los objetivos a conseguir y los contenidos a tratar.